martes, 22 de septiembre de 2015

Una de las hacedoras del boom literario

Muere Carmen Balcells, la gran agente literaria en español

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“Yo soy un diamante en bruto, soy una lectora pedestre, una analfabeta”, solía decir de sí misma. Nada más alejada de la realidad: era otra de las calculadas argucias que pergeñó, a lo largo de las casi seis décadas durante las que construyó su agencia literaria, de las más potentes del mundo y que cambiaron para siempre la situación de inferioridad del escritor en el mercado editorial. Fue sin duda la artífice del boom literario latinoamericano, al proteger a entonces semidesconocidos como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa para que se preocuparan solo por escribir. La apasionada, discreta y contradictoria Carmen Balcellstenía razón en una cosa: era dura como el diamante, lo que explica que estuviera hiperactiva y al frente de su imperio literario hasta la noche del domingo, cuando falleció a sus 85 años.

Una visita de un empresario brasileño que quería hallar un editor en portugués la llevó a conocer al rumano Vintila Horia, que tenía una agencia literaria en Madrid, ACER. Ella le haría la representación en Barcelona. Cuando el escritor ganó el Goncourt y se instaló en París (1960) se quedó con su cartera de autores y se instaló por su cuenta. La relación con el poeta Jaume Ferran le permitió ver la literatura por otro lado: la entonces seminal ventana de Seix Barral de los Carlos Barral, Josep Maria Castellet, Jaime Salinas y, sobre todo Joan Petit, “la persona de la que más aprendí en mi vida, junto, años después, con Nélida Piñón, vital para mi formación intelectual y para mi confianza”, confesaba.Todo lo que fue lo apuntaba ya de pequeña, mayor de cuatro hermanos criados en las curtidoras y áridas tierras de Santa Fe de Segarra (Lleida) donde nació en 1930, en una familia modesta, de un padre inculto pero de una inteligencia que heredó y de una madre refinada que la obligó a estudiar peritaje mercantil —se graduó llena de matrículas de honor en 1949— por si se arruinaban. Y así fue: trabajó de secretaria del gremio textil de Terrassa.
El mito se forjó pronto: tras estudiar como una entomóloga el sector editorial, vio un campo prácticamente virgen si se ponía a defender los intereses de los escritores, en especial los de aquellos que creía que tenían valía literaria y no podían dedicar todas sus energías a ello por tener que preocuparse de cuestiones materiales. Así captaría a su último Nobel, Vargas Llosa: leyéndole, yendo a buscarle a Londres y ofreciéndole de su bolsillo (préstamo mediante) los 500 dólares que necesitaba mensualmente para dedicarse tan solo a escribir y a acabar una novela, que sería Conversación en la Catedral. Se ganó así una amistad de acero.
El escaso dominio del inglés la abocó a leer todo lo que pudo en castellano y en especial de escritores de América Latina, por donde en 1965 hizo un periplo contactando con la mayoría de los que conformarían el boom. Una mina. Ahí contactó con García Márquez, con unos inicios no muy prometedores: cuando, ufana, le dijo que le había conseguido un acuerdo con la norteamericana Harper & Row para que le publicara en inglés por 1.000 dólares, le espetó el autor colombiano: “Es un contrato de mierda”.

Lograrlo todo

Parecía conseguirlo todo: desde folios para que escribieran, a buscar colegios para sus hijos y organizar fiestas de aniversario pasando por buscar médicos especialistas o incluso adelantar un préstamo para que Ana Maria Matute pudiera comprarse un piso. Pero no solo era cuestión de factor humano: fue una pionera en su sector, implantando las cláusulas de cesión por tiempo limitado de derechos y dividiéndolos a partir de derechos electrónicos o por adaptaciones al cine o al teatro o televisión. Los editores la temían.
Lo podía controlar todo porque todo lo anotaba en unos ya míticos cuadernos de hojas amarillas cuadriculadas. Esa misma inquietud y afán la llevó a fundar en los setenta RBA, hoy una gran editorial. Luego optó por quedarse con su agencia y sus autores, haciendo deMamá Grande, como la bautizaron parafraseando un libro de Gabo. Y creó una superagencia, que llegó a tener cuatro decenas de trabajadores. La nómina a los que ayudó supera el centenar de nombres, con seis premios Nobel entre ellos: García Márquez, Vargas Llosa, Cela, Miguel Ángel Asturias, Vicente Aleixandre y Neruda, y autores como Cortázar o Manuel Vázquez Montalbán. Ese catálogo fue su mayor gloria y, en estos últimos años, su pesadilla puesto que sobre él acecharon muchos competidores.

domingo, 13 de septiembre de 2015

El autor de 'El Aleph engordado'


“Escribí una obra, no una versión corrupta de Borges”

El autor de “El Aleph engordado” recuerda que era Borges quien sostenía que siempre se escribe sobre otros textos precedentes.
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Es autor de diez libros, varios de ellos traducidos, pero no le gusta presentarlos ni busca entrevistas. Sobre las declaraciones de su retadora, acerca de que él buscó montarse en la fama de Borges, le resultan deprimentes: “Hacerle un juicio penal a un escritor y luego salir a decir que solo busca publicidad...”. Desde que afronta la querella de María Kodama en torno a El Aleph engordado, destaca Pablo Katchadjian, no dio notas sobre el tema, esperando que la Cámara de Casación lo sobreseyera o que la viuda de Borges desistiera del proceso. Y sobre la oportunidad perdida de zanjar la disputa con un perdón formal y un peso simbólico –la "libra de tinta”, para citar El Mercader de Venecia–, sostiene que no fue la única condición para cancelar la amenaza de un segundo juicio civil. El reivindica su obra como “un trabajo formal, no temático, que reelabora las tensiones que hace de por sí la literatura”.
–¿Cuál juzgás que es tu aporte?
–Vuelve literal la cuestión básica de que siempre se escribe sobre otros textos precedentes. Eso decía César Aira al escribir sobre el libro, antes de que se iniciara la querella. Y no es casual la elección de Borges y de El Aleph; es el autor que puso esto en primer plano. Seguimos dos estrategias en mi defensa (a cargo del abogado y también escritor Ricardo Strafacce): la primera es que no existió dolo, es decir, afán de lucro. La segunda es que era una obra, un libro, no una versión corrupta del original. Claramente, esto no es Borges.
–Por un lado, la historia de la literatura te asiste: toda creación es una relectura. Pero la Justicia ha dicho que hay “defraudación”, es decir, plagio. Algunos señalan que el agujero, tan luego, está en la legislación sobre derechos de autor.
–El planteo de la querella que lleva mi libro a juicio supone que no es un libro mío ni un texto, sino una obra de piratería, un texto deformado, que no hay transformación.
–Se imprimeron 200 ejemplares del libro y no se reeditó; solo quedó en Internet. ¿Por qué?
–De hecho, cuando empezó el juicio ya no quedaban ejemplares impresos. Es que nunca tuve la idea de publicar el libro.
–Si existiera un compás de “clemencia” de parte de Kodama, ¿aceptarías hoy pagar la “libra de tinta” en forma de un peso simbólico?
–No fue tan así como cuentan. Para desistir de la causa civil de reclamo económico, me exigían que asumiera los honorarios. El peso simbólico no cubría esos gastos, aunque ahora digan lo contrario.
M.S.