miércoles, 25 de diciembre de 2013

Historia de editores: Nuevos libros


En 1941, Henry Miller viajó a Nueva York y recorrió Estados Unidos, la ciudad en la que nació, su tierra. Salió espantado, excepto de Biloxi, un lugar “de ensueño” en el profundo Sur. Fue una pesadilla, Una pesadilla con aire acondicionado. Así tituló el largo relato de esa excursión al mundo capitalista que entonces vivía la siesta de la Gran Depresión. Como en las obras que lo hicieron famoso, dio mandobles a diestro y siniestro, y adivinó el clima de la guerra que se avecinaba así como el mundo de consumo irrestricto que vendría luego.
Veinte años después, en el otro lado del mundo, el mundo comunista, otra escritora, la francesa Simone de Beauvoir, visitaba con melancolía, acompañando a Jean-Paul Sartre, los avisos más dolorosos de la esclerosis del socialismo real y, además, de su propio marido. De ahí surgió un libro, Malentendido en Moscú. Ambos eran inéditos en español y acaban de aparecer traducidos por la editorial Navona.
Ni en el estilo (uno es rabioso, trepidante, está repleto de mala uva) ni en la atmósfera (son historias que viven en las antípodas) se parecen Miller y De Beauvoir, pero algo tienen en común estas obras que Navona rescata del olvido. En el libro de viaje del norteamericano que regresa de malhumor a su tierra y en la novela de la francesa que confirma su desencanto creciente hacia el comunismo se ponen en evidencia los dos espantos contemporáneos: el capitalismo ya no va a soltar su presa y el comunismo es aburrido como una mala historia de amor. Y los dos libros son eso, una historia de amor truncada, en el caso de Miller por su tierra, y en el caso de De Beauvoir desamor por el hombre que la había enamorado.
En un viaje a EE UU, el autor de ‘Sexus’ vio “el derrotismo de América”
“Todo está en el interior de nosotros mismos, y de una manera más clara y evidente aún, los mundos de ficción que creamos, la literatura”, dice Rosa Regás en el prólogo de Malentendido en Moscú. Y es verdad que el libro, que apareció por primera vez en Francia en 1992 (muertos ya Simone y su marido), se lee con la imagen (sobre todo la imagen última) de Sartre en la retina de lector. Este viaje sentimental a Moscú (en la ficción, a ver a la hija del marido de la protagonista; en la realidad, entre otras cosas, a compartir el tiempo con una amiga del filósofo) le sirve a Simone de Beauvoir para indagar en los efectos que la inminencia de la vejez tiene en la vida de pareja; y en este caso el aburrimiento que domina esa relación se acompasa con el aburrimiento que en ese momento devolvía la Unión Soviética a los que alguna vez creyeron que su ejemplo sería la solución, frente al capitalismo.
Una pesadilla con aire acondicionado es también la historia de un desencuentro; Miller había ido a Estados Unidos porque su padre se estaba muriendo, y encontró que era el país entero el que se había entregado a la muerte; el consumo calmaba las iras del aburrimiento y él preveía que esas ciudades que alguna vez fueron bellas e ingenuas se iban a devorar a sí mismas. Él vio ahí “el derrotismo de América”, la decrepitud de Nueva York, la estúpida aspiración al patriotismo como una religión. Algún día, frente a todo esto, habría que vivir "en cavernas democráticas".
‘Malentendido en Moscú’ se lee con la imagen de Sartre en la retina
En cavernas democráticas, o en París. El punto en común de estos dos libros de dos de los mitos más conocidos del siglo XX es un desamor común por el aburrimiento (de las patrias, de las ideas absolutas, de la pareja) y París. Nada hay como París; en Miller, como contrapunto de la fealdad insufrible de la mayor parte de la América que cruza; y en el caso del personaje femenino de Simone de Beauvoir París se presenta como solución ante la monotonía de Moscú, donde, además, se ha producido un insoportable malentendido del que parten la novela y, acaso, la propia autobiografía final de la pareja literaria más famosa del siglo XX.
¿Y por qué ha rescatado estos inéditos Navona? “Ya las agencias no te ofrecen inéditos ni te los encuentras por el camino” dice Pere Sureda, que forma parte del equipo editorial de Navona. “Y a mí me atraen esos escritores a los que se los comió la moda, pero siguen siendo excelentes. Henry Miller es un caso… En los 70 era comprado y leído y admirado por toda una generación. Pero pasado el tiempo, y a pesar de las excelentes ediciones de Edhasa, no existe en las mesas de novedades, ni está su obra entera en las librerías. ¡Pasó!”. Buscó en Internet (“que es donde encuentras esas cosas”) y halló este inédito, publicado por primera vez en 1945. “Busqué al agente, pagué, obviamente, y ahí está”. El relato de Simone de Beauvoir se había publicado en una revista y se editó en libro a finales de 2012, “a bombo y platillo”, por lo cual Sureda pensó que estaría vendido en España. “¡Y estaba libre de derechos! ¿Increíble, verdad? Así es el mundo del libro”. ¿Y fueron muy caros? “No tanto, entre 1.500 y 3.000 euros”.
La traducción de Una pesadilla con aire acondicionado es de José Luis Piquero; la de Malentendido en Moscú es de Joachim de Nys. Navona es una editorial de larga data, basada en Barcelona, a la que ahora se ha incorporado Pere Sureda, cuyo último trabajo, después de pasar por diversas editoriales españolas e iberoamericanas, fue el de director editorial en España de Norma.
 
 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Pequeñas editoriales

Portadas
El mundo editorial está un poco loco. Se publica mucho y más en nuestro género, aunque tiendo a pensar que ya no es porque esté de moda sino porque, en cierto modo, se ha instalado como fenómeno. El caso es que por más que este humilde bloguero lea, no da tiempo a comentar propiamente y con la calidad que se merecen tantos y tantos títulos. Por eso quería dejar un hueco a algunas apuestas arriesgadas, interesantes y algunas veces suicidas que me han hecho llegar de una u otra manera editores y autores más pequeños. 
Sí, lo sé, se van a quedar fuera muchos. Lo siento. Haremos más, pero prefiero comentar sólo lo que conozco. Luther, una novela en el País Vasco con ETA y las drogas de fondo, una sopresa italiana y una apuesta suicida del gran David Peace son algunos de los platos de este menú. Lean y disfruten. 


Lobos frente al mar. Carlos Mazza. (Seronda. Traducción de Francisco Álvarez). Un autor y una novela peculiares. Corrupción, negrura y muerte en el Bari veraniego (buen escenario) que tan bien conoce el autor (sólo ha salido de allí para hacer el servicio militar). Una novela que entra de lleno en la miseria que corroe Italia contada con acierto y pulso por un hombre que militó en la extrema izquierda y que ha trabajado 35 años en el sector bancario. El libro inauguró la colección Sabot- Age del sello Edizione, avalada por el maestro Massimo Carlotto (otro con historia al que debemos un homenaje aquí). 
La rata en llamas. George V. Higgins (Libros del Asteroide. Traducción de Magdalena Palmer). Algunos nunca dejaremos de agradecer a estos aventurados editores que hayan recuperado a un clásico del género que ha sido menospreciado a un nivel sólo comparable con su calidad. Aquí ya hablamos de él y volveremos a hacerlo. En este caso vuelven los ingredientes clásicos: abogados de poca monta, delincuentes grises pero peligrosos, humor corrosivo y, sobre todo, unos diálogos por los que muchos autores contemporáneos darían sus dos brazos.
1974. Red Riding Quartet. David Peace (Alba. Traducción de Manu Berástegui). Un escritor de altura embarcado en un proyecto de locos. Este libro es la primera parte de una serie de cuatro obras publicadas por Alba y situadas en Yorkshire. Muerte, misterio, negrura, mucha negrura y calidad para una novela que no se olvida fácilmente (cuando lea las otras tres, lo comentaremos como se merece). Un libro brutal de un escritor soberbio. Ya hablamos aquí también de Tokyo Año Cero.
Luther. El origen. Neil Cross (Es Pop Ediciones. Traducción de Óscar Palmer). Para los fans de la serie poco se puede decir de Luther que no se sepa. Para los que no la hayan visto, que no se la pierdan. Para todos, vayan a este libro donde Cross (guionista de la serie) refleja a la perfección los demonios internos que llevaron a Luther a la desesperación y a la cuesta abajo personal y profesional. A veces crep que es mejor incluso que la serie. Un must. 
Respirar por la herida. Víctor del Árbol. (Alrevés). Baste este ya emblemático libro de la ficción criminal española contemporánea para hablar de la apuesta valiente y seria de esta editorial. De la novela ya habló el autor en una entrevista de Aurora Intxausti en este blog. Sólo decir que tiene una fuerza desconocida y una calidad soberbia, como otras obras de las que ya hablaremos (atentos a La paz de los sepulcros, de Jorge Volpi, que reseñaremos en breve. Brutal). 
Nadie llora a un muerto. Deborah Crombie (Navona. Traducción de Rebeca Bouvier). La autora de Dreaming of the bones sigue con su serie de Duncan Kincaid y Gemma James. Ella es texana pero escribe novelas perfectamente ambientadas cerca de Londres. Un clásico del género que no conviene perderse. 
La última batalla. Javier Abasolo (Erein). A veces se echa en falta novela negra que se meta hasta el fondo en la miseria que ha vivido este país. Esta lo hace. El asesinato de un etarra a la salida de prisión (qué actual) y las heridas sufridas por un ertxaintza en el mismo acto desencadena una investigación que vuelve al Euskadi de los ochenta: ETA, la reconversión industrial y las drogas. Un paisaje duro para una novela que no da tregua. 
Los cuadernos secretos de Sherlock Holmes. Javier Casis (Buscarini). Una aventura más para los amantes del inquilino del 221b de Baker Street. Ya saben los fans que Holmes participó en decenas de casos que sólo aparecen citados pero que Connan Doyle nunca relató. Casis los recoge con respeto y los cuenta. Arriesgado, sí, pero interesante y muy entretenido. 
Con todo el odio de nuestro corazón. Fernando Cámara (Rey Lear). Un mundo, no tan lejano, en el que la crisis no ha devastado y la clase media vive en la miseria. Un profesor, un joven desequilibrado y una directora de sucursal que vendió preferentes se alían para matar a uno de los responsables de la crisis. Distopía y ficción criminal mezclados y que merecieron el Premio Francisco García Pavón de narrativa policíaca 2013. 
13 días. Valentina Giambaco (Pamiès. Traducción de Ana María Sánchez). Un hombre temido por todos que fue secuestrado cuando era pequeño. 13 días y una venganza pendiente. Y una detective, Alice Madison, que tiene que pasearse por el lado oscuro para tratar de llegar a la verdad. Thriller psicológico de los buenos. Ya hablamos en su día de El pirómano, otra de las apuestas de estos aventureros. 

jueves, 5 de diciembre de 2013

André Schiffrin:editor independiente


Murió el editor independiente André Schiffrin

Publicó a autores como Michel Foucault, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvo Beauvoir, Marguerite Duras y Günter Grass en los Estados Unidos. Tenía 78 años.

SCHIFFRIN. Fue uno de los hombres más importantes del mundo de la las Letras estadounidenses.

André Schi Schiffrin, el editor independiente franco-estadounidense que publicó a autores como Michel Foucault, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvo Beauvoir, Marguerite Duras y Günter Grass en los Estados Unidos, murió el domingo en Par París a los 78 años.
Schiffrin, uno de los hombres más importantes del mundo de la las Letras estadounidenses, falleció en la ciudad en la que había nacido en 1935 y de la que emigró a los 6 años, huyendo de la persecución nazi que había invadido Francia. 
Heredó una editorial pero sobre todo la pasión por el oficio de su padre, pero cuando los resultados económicos no fueron buenos, fue separado de su cargo: decidió entonces fundar una nueva. A la vez, escribió durante su carrera algunos libros con reflexiones sobre su trabajo, como El control de la palabraLa edición sin editoresUna educación política y El dinero y las palabras.

miércoles, 23 de octubre de 2013

El desafio de acercar la palabra a las masas

El libro entre la creación y la comunicación:El desafío de acercar la palabra a las masas
“Desde la palabra y gracias a ella, hemos construido el edificio de la civilización”. Así dio inicio Juan Luis Cebrián, presidente ejecutivo del Grupo Prisa, a la segunda plenaria del día: El libro entre la creación y la comunicación. El libro tradicional, afirmó, el escritor y académico, no es solo un recipiente de historias y relatos, "es un objeto valioso en sí mismo por su textura, por su olor, por su tipografía". Insistió en que más allá de la discusión sobre si es mejor o no el libro de papel o el electrónico, al final, contar historias seguirá siendo la esencia de nuestros orígenes.
La manera en que esas palabras con que se ha construido a través del tiempo el edificio de la civilización han evolucionado mucho desde entonces y ha penetrado hasta el libro electrónico simplificando el trabajo de los escritores, reduciendo los costos de producción y multiplicando el universo de lectores. “Las ediciones digitales comienzan a superar a las impresas y son el camino para que los países alcancen el anhelado fin de la democratización de la lectura”, asegura Osvaldo Hurtado, ex presidente de Ecuador.
Esta era digital ha traído consigo la inmediatez de la noticia y a su vez, la saturación de información. Según Fernando Iwasaki, escritor, filólogo e historiador peruano, “nuestra época de desafíos creativos y comunicativos tiene mucho en común con la Europa de los años 1500, abrumada por exceso de información que casi nunca logró convertirse en conocimiento”.
Es necesario decantar la información, el problema es que solo una minoría escoge la cultura: “Las personas eligen más entretenimiento que cultura, más deporte que literatura, más chismorreo que información”. Para ello el autor chileno Antonio Skármeta propone abordar la literatura de manera diferente, evitando colocarla como algo lejano y ausente. “Es necesario insertar el cuerpo extraño (la literatura) en un paisaje familiar”.
Lo dice por experiencia, pues fue algo que él logró a través de la serie El Show de los Libros que desmitificó la creencia de que la televisión amena no puede ser inteligente, y viceversa, presentando la literatura como algo cercano a la audiencia, brindándoles otra perspectiva.
“Contar las cosas es una manera de poseerlas, apoderarse y compartirla con los demás”, dice Cebrián para recordarnos la importancia del contador de historias y la responsabilidad que tenemos de defender nuestra cultura a través de la literatura.
“El futuro de la literatura está en Latinoamérica”
“El derecho de autor está en crisis” según Fernando Serrano Migallón, profesor de Ciencia Políticas y Derecho Constitucional mexicano. Durante su intervención en la mesa sobre Propiedad intelectual y derechos de autorexplicó que el principal problema es su naturaleza. “No sabemos si es un derecho público, privado, social, personal… tiene algunas características de cada uno y en definitiva, es un derecho humano y un derecho moral. Pero es un derecho complejo”. Esto dificulta su legislación y la aplicación de la ley.
Ante los 25 millones de dólares que la piratería literaria genera anualmente,Héctor Abad Faciolince, autor, periodista y editor colombiano, considera que se necesita una ley universal que regule el derecho de autor pero no existe un legislador que proteja a todos. “Para solucionar los problemas cibernéticos, debemos crear nuevas técnicas más eficaces. Hay que crear un nuevo modelo de regulación”.
Si hablamos sobre derechos de autor, también es importante resaltar los derechos del lector. En el panel de Edición digital y libro electrónico donde se realizó una ronda de preguntas, nos encontramos con un señor preocupado por la volatilidad de los libros electrónicos, “¿Qué pasará cuando lleguen nuevas tecnologías que no sean compatibles con mis e-books? ¿Cómo dejarle el legado de mis libros favoritos a mi hijo?”
A esto Pablo Arrieta, profesor en la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia, respondió: “El lector tiene derechos, entre ellos el derecho de permanencia de la cultura. A la hora de hablar de libros electrónicos, no es simplemente cambiar el formato sino cambiar un chip de cómo vamos a acceder a la información”. Hizo énfasis en la forma en que los libros electrónicos han ayudado a personas con discapacidad a través de audiolibros y los enlaces multimedia que muchos ya contienen, intentando dejar claro que no debe existir miedo a esta evolución del libro.
 “Cada libro encuentra su lector y cada lector encuentra el formato en que quiere leer. Al final, cada elemento (el libro impreso y el digital) va a tener su propio espacio. A nosotros nos queda defender nuestro derecho como lector”.
Al hablar de Edición y canales de distribución, Claudio López Madrid, editor de Random House Mandadori, afirma que el futuro de la literatura está en Latinoamérica. Sin embargo, no siempre fue así. El mercado americano servía de apoyo para la industria del libro en España. “Hoy en día es otra historia y yo le aconsejo a nuestros autores que se ganen su natal primero, luego los pueblos vecinos y después, solo después se expandan a nuevos horizontes como Estados Unidos y España”.
Finalmente, nos deja esperanza a los aspirantes novelistas cuando insiste en que “no hace falta ganar el Premio Alfaguara para estar en todos los países de la lengua. Lo que hace falta es imaginación y esfuerzo”.

EL DESTINO DEL LIBRO

El segundo día del VI Congreso Internacional de la Lengua Española (www.cile.org.pa) abrió con un tema que ha creado mucho debate durante los últimos años: la amenaza de que la era digital se convierta en un gigante capaz de hacer desaparecer la imprenta.
Sin embargo, para Raúl Padilla López, “el futuro, más que de amenazas, está lleno de oportunidades para el libro en español y para nuestra lengua en general”.
Padilla recordó cómo en 2001, durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la cual fundó y preside, Apple y Adobe presentaban la viabilidad del libro electrónico pero nadie creía en que pudiera tener éxito.
Nos encontramos ahora, una década después, con Kindles y iPads con los cuales tenemos acceso a miles de títulos que podemos descargar sin añadir peso a nuestras carteras o maletines. Y entramos en una propuesta interesante, la bibliodiversidad que “debería ser un derecho humano pues todos debemos tener acceso a libros y conocer nuestra propia historia a través de ellos”, afirma Padilla.
Hoy en día los jóvenes con acceso a una Tablet leen más, y es que nos encontramos en un proceso de “redefinición” del libro. “Debemos pasar del espacio donde el lector comulgaba solo con la palabra y abrirnos a la posibilidad de una experiencia multimedia donde existe la palabra acompañada de video, fotografías y hasta juegos”.
El libro impreso, tradicional y fiel amigo, es el pilar de una industria que genera 151 millones de dólares al año, más que la industria del cine o la música. Sin embargo, el crecimiento de la industria se ve frenado por las dificultades de distribución. Ana María Cabanellas sabe que la medida correcta para superar esta situación es la libre circulación y que lo digital es una herramienta que lo facilita. “No se puede negar la importancia de la libre circulación que permitiría llegar a más lectores y es sabido que la lectura colabora a la formación ciudadanos libres. Con mayores ofertas y precios más bajos enfrentaríamos la piratería.”, afirma Caballenas.
Y es justamente el auge de la piratería, más allá de la crisis económica, la que ha afectado tanto al mercado que es 22% más pequeño que hace 5 años. “Solo 32% de los que se descargan libros en España, lo pagan”, aporta José Creuheras, vicepresidente de Grupo Planeta. “El consumidor tiene poca conciencia sobre el valor de la creación intelectual y la ausencia de leyes que la protejan ayuda al quiebra la cadena de valor del libro. La piratería es un delito que se afronta con un verdadera compromiso por parte de los legisladores y la sociedad”.
La industria del libro vive la mayor transformación de su historia. No sabemos qué nos espera, porque como dijo Padilla, “no nos espera descubrir un nuevo mundo como Colón, sino que nosotros debemos construirlo y debemos construirlo juntos”.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Figura de culto. Editorial Jorge Álvarez


Jorge Álvarez: "Me hubiera gustado ser un mafioso"

En los años sesenta, capitaneó la editorial que llevaba su nombre y que, con una pléyade de autores jóvenes, renovó el panorama de la literatura y el ensayo argentinos. A fines de esa década, se convirtió en el motor del rock local en español. A sus ochenta años, de regreso en la Argentina, mientras se apresta para volver al ruedo, acaba de publicar sus memorias

Dice la leyenda que Macedonio Fernández, cuando ya vivía de hotel en hotel, iba dejando abandonados sus escritos y papeles en los distintos cuartos por los que pasaba. Esa lógica olvidadiza, que guía a los distraídos pero también a los inquietos, parece ser el santo y seña de Jorge Álvarez (Buenos Aires, 1932) . "Trato de no llevar nada en la mano porque siempre me olvido de todo", sostiene, a sus activos ochenta años. Álvarez fue uno de los editores esenciales de una década culturalmente renovadora y ajetreada -la de los años sesenta-, pero no conserva siquiera un ejemplar de los cerca de trescientos libros que publicó. Fue factor determinante de la industria discográfica, pero no guardó sus discos. Tampoco archiva fotografías propias: las imágenes que ilustran sus Memorias son gentileza de los que lo retrataron en su momento. Se lo podría caratular de mito, si no fuera porque el uso y abuso del término parece haberlo desprovisto de sus connotaciones maravillosas y legendarias. Tal vez, si la curiosidad, el desenfado y la capacidad de reconstruirse son una virtud vernácula, se lo debería considerar algo más: una categoría argentina.
Instalado en el bar de un señorial hotel porteño, Álvarez parece una suerte de niño eterno que surca los tiempos como si la cronología no fuera más que parte de un juego. La jovialidad lo releva de cualquier edad: puede recordar cuando iba a ver jugar al River de sus amores en los años cuarenta (la famosa Máquina) con la frescura del que acaba de salir del estadio. Contar su pasión por Piazzolla, Troilo y las noches del Club 676 (lo único que parece despertarle algo de nostalgia), sus vínculos con escritores y rockeros, o la organización de su nuevo proyecto (una colección que, impulsada por Horacio González desde la Biblioteca Nacional, llevará el sello Biblioteca de Jorge Álvarez), como si se encontraran en el mismo plano.
Un resumen parcial de su foja profesional diría que entre 1963 y 1968, antes de que la política del ministro de Economía de Onganía, Adalberto Krieger Vasena, ahogara su estrategia de ser "un capitalista sin capital", comandó el sello Editorial Jorge Álvarez; que publicó, entre muchos otros, los cuentos de Rodolfo Walsh (Un kilo de oro, Los oficios terrestres), el primer libro de relatos de Ricardo Piglia (Invasión), la obra inaugural de Manuel Puig (La traición de Rita Hayworth), el debut novelístico de Juan José Saer (Responso). Que editó Nanina, la narración de un jovencísimo Germán García, libro que se transformó en cause célèbre. Fue también él quien convenció a Quino de reunir Mafalda entre las tapas de un volumen y quien publicó Los pollos no tienen sillas (1968), el único libro de Copi que salió en la Argentina en vida del autor. En aquellos días, su colección más famosa fue la serie de Crónicas (que dirigió Julia Constenla), antologías en que, siguiendo el hilo de un tema, coincidían autores disímiles: Truman Capote podía codearse con Ricardo Güiraldes y Antoni Gramsci o, como ocurrió en las Crónicas del sexo (1965), Eugenio Cambaceres compartir cartel, entre otros, con Manucho Mujica Lainez y Pirí Lugones.
No fue todo. Álvarez despuntaría otros vicios (fue actor en Puntos suspensivos, de 1971, la película experimental de Edgardo Cozarinsky), pero sobre todo, a fines de los años sesenta, fundaría con otros socios Mandioca, primera editora independiente de rock argentino, que puso en circulación los primeros discos de Manal y Vox Dei. En Talent-Microfon (que sería el nombre de Mandioca al ser absorbido por una discográfica) produciría a La Cofradía del Sol Solar, Pescado Rabioso (ahí saldría el celebrado Artaud), Invisible, Color Humano y el dúo Sui Generis, del que Álvarez sería factótum directo. Y en Music Hall, a Billy Bond y la Pesada del Rock & Roll. Durante la dictadura, el antiguo editor, ya convertido en productor, se mudaría a España ("no me fui, me echaron con amenazas", recuerda), donde aplicaría su talento de productor musical a una movida española que demoraba en despegar.
Álvarez volvió a la Argentina en 2011, pero todavía no se decide. "Estoy viviendo en un hotel, pero, para quedarme, debería encontrarme un lugar, alguien que me cuide", dice, mientras hojea un ejemplar de sus Memorias (Libros del Zorzal), ágil volumen que traza la parábola cartesiana de su carrera y, con el mismo gesto, el retrato oblicuo de más de una época y de un fenómeno.
-Cabrera Infante decía que de chico nadie dice que quiere ser crítico de cine. ¿En su infancia se imaginaba editor?
-Para nada. Más bien me veía jugando al póquer, al bridge, al fútbol, al rugby, yendo al hipódromo. En mi familia querían que fuera primero militar (para evitar mi rebeldía) y después contador, pero los números me aburrían. En el fondo era un niño bien. Mi padre tenía una sastrería de trajes a medida, pero, aunque estaba acostumbrado a tener mucama, autos, chofer, chalets, ya me tocó la época en que empezábamos a planear hacia abajo . En aquella época, lo que me hubiera gustado era ser un mafioso, pero no había manera. En la Argentina sólo había rateros ilustrados.
-Por lo que cuenta en sus Memorias la editorial surgió por una serie de hechos fortuitos. ¿Qué es lo que le dio un impulso tan acelerado?
-Nació de pura casualidad. Yo trabajaba en una librería jurídica (había llegado ahí por algunos compañeros de rugby). De a poco empezamos a vender también otra clase de libros. David Viñas, que iba a la librería, se me acercó con la idea de hacer una biografía de Eva Perón. No interesó donde trabajaba y el libro al final no se hizo (o, mejor dicho, Sebreli se nos adelantó), pero eso me impulsó a abrirme. Empecé de hecho publicando textos económicos de la Monthly Review, la revista de la izquierda norteamericana. Después seguimos con los libros de Crónicas. La idea surgió con el regalo de un texto que le hizo Ernesto Sabato a "Chiquita" Constenla. A partir de ahí se nos ocurrió encargar otros textos, y empezamos una colección: Crónicas del amor, Crónicas de la burguesía, Crónicas de Buenos Aires. Al terminar el primer volumen, me di cuenta de que habíamos creado un gran pelotazo. Se leía rápido, se leía bien. Eran libros cortos, que permitían que uno se zambullera rápido y saliera. Sacamos uno por mes, y empezamos a sumar ensayos, literatura, un poco de todo. Cuando me quise dar cuenta, sin tener la menor conciencia, descubrí que era el editor de moda. Curiosamente, porque no publicaba lo que estaba de moda, sino que hacía la moda.
-Según dice, la editorial llevaba su nombre para señalar que su gusto guiaba las elecciones. Pero ¿en qué consistía ese toque personal?
-Había leído mucho la Crítica del gusto, de Galvano Della Volpe. Yo entré un poco en esa variante, la de que no había cosas maravillosas, feas o regulares, que después retomó Umberto Eco. La verdad, era un pendejo pretencioso, pero al mismo tiempo bastante abierto. No tenía nada estudiado, era intuitivo. Respetaba el gusto de la gente, y supongo que por eso el público iba a pedir los libros por el nombre de la editorial, no del autor. Era algo que antes no pasaba. Lo que sí sabía que no iba a publicar era nada que fuera notoriamente de derecha. Yo no era muy político, pero desde el punto de vista intelectual la derecha me pareció siempre un poco aburrida.
-Lo que la editorial parece haber introducido en los años 60 es también una serie de autores jóvenes, con un estilo influenciado por la prosa norteamericana.
-No tenía autores viejos porque era joven. Creo que eso cambió un poco la óptica. Además, me gustaba mucho Hemingway, esa especie de escritura de corresponsal. Me encantaba el escritor, aunque no tanto el personaje. Empecé publicando a Germán Rozenmacher y después se fue dando naturalmente el acercamiento de otros escritores, de Rodolfo Walsh a Paco Urondo, de Oscar Masotta a Beatriz Guido.
-Dice que le hubiera parecido una falta de respeto escribir en aquel entonces. ¿Por qué?
-Como editor, en aquella época tenía la manija. Hubiera sido actuar con ventaja. Me hubiera gustado ser un escritor famoso, pero no había nacido para eso. De repente, me atreví ahora, de manera más liviana, sin solemnidad ni la idea de implantar principios.
-¿Qué me puede decir de los riesgos del trabajo de editor, en los años sesenta?
-Tuve dos meses de prisión en suspenso por Crónicas de sexo (con Torres Nilsson y Pirí Lugones). Pero ¿qué podía hacer ante ese tipo de situaciones? ¿Censurarme a mí mismo? Simplemente eran cosas que sucedían. El riesgo no me preocupaba: en la Argentina de entonces nunca había habido una represión a fondo, como después, cuando se volvieron locos.
-Las Memorias le dedican un gran espacio a la amistad con el cineasta Leopoldo Torre Nilsson, "Babsy", al que le publicó un libro, y que hoy parece estar un poco olvidado.
-Babsy era un ser delicioso. Ya había hecho Piel de verano cuando lo conocí, pero todavía no La mano en la trampa. Hacía un cine distinto. Con el paso del tiempo, descubrí que en realidad los primeros planos, la introspección eran producto de que no veía un pimiento. Por lo demás, tenía muchos enemigos, injustamente, porque ayudaba a todo el mundo. Abría el juego para todos, y sin embargo no lo recuerdan con alegría. Era alguien con muchos elementos populares, pero enquistado en medio de la burguesía argentina, que siempre ha sido menos lúcida que la burguesía brasileña, menos dispuesta a la música y a las cosas livianas. La carta que me envió Beatriz Guido (mujer de Torre Nilsson) cuando murió no deja de conmoverme todavía hoy.
-¿Qué libro de aquella época le hubiera gustado editar? ¿Cortázar, de quien habla con tanta admiración? ¿García Márquez?
-Traté de conocer a Cortázar, pero no lo logré. Era alguien muy particular. Con García Márquez fue distinto. Lo visité en México, cuando estaba escribiendo Cien años de soledad. Me quería llevar el libro para publicarlo yo, pero ya se había metido en el medio Porrúa, además de que Fernando Vidal Buzzi (gerente por entonces de Sudamericana) tenía más plata que yo. Estuve yendo a su casa durante toda una semana. Íbamos a cenar. Cada noche se venía con unas siete páginas y las leía en voz alta. Un punto y aparte, decía, tiene que ser la pausa para el aplauso. Leía esas páginas y yo alucinaba. No lo conocía nadie, pero en los corrillos ya se sabía el nombre, quién era deslumbrante y quién no. Pero no sentí desilusión al no poder publicarlo. Sabía de antemano que sería imposible.
-¿En qué se diferenciaban Roland Barthes y Jean-Paul Sartre, a los que trató?
-Barthes: un encanto. Nos reunimos en Deux Magots, y después en el Café de Flore. Lo convencí para traducir El grado cero de la escritura. Era de lo más cordial. No así Sartre, que era antipático como él solo. Tratamos de convencerlo con Viñas para que nos dejara hacer la revista Tiempos Modernos en español. Yo era demasiado fanático de Sartre. Había visto como siete veces A puertas cerradas. Pero, claro, el hombre no daba mucho espacio. No quería perder el control, si había, como era nuestra idea, producción en español. Tenía miedo de que lo manipularan, algo que les pasa siempre a los franceses. Me acuerdo de François Maspero, el gran editor de izquierda. No te escuchaba. Uno le decía: "basta de hablar de América Latina como si fuera todo lo mismo; América Latina como tal no existe". Y seguía con lo mismo. Tuve muchas discusiones con él, con Régis Debray. También con el italiano (Giangiacomo) Feltrinelli, que quería ejercer como una especie de representante de Fidel Castro fuera de la isla. Terminó volando en pedazos tratando de poner una bomba.
-¿Cómo fue el pase de ese mundo, y el de los libros, a la industria discográfica y al rock, sobre todo viniendo, como oyente, del tango y del bebop?
-Yo creo, es una suposición mía, que me tendieron una trampa, que organizaron una fiesta con el único fin de convencerme. Hicieron bien, porque lo lograron. En esa época la gente no se acostaba tan tarde, y se me ocurrió hacer conciertos al mediodía, que tuvieron un éxito impresionante. Y sobre todo, dejamos de lado esos grupos que cantaban en inglés y se vestían como los Beatles. Mi identificación con el rock fue total. Discutía de la nueva música, con los Manal, por ejemplo. Dejé de escuchar a Gillespie, a Thelonious Monk, y me dejé llevar sin ninguna nostalgia.
-En las Memorias cuenta que convenció a David Viñas para que aconsejara a Charly García, cuando usted era productor de Sui Generis. ¿Qué resultó de ese contacto a priori inverosímil?
-Charly me tenía un poco harto con eso de "aprendí a ser formal y cortés/ cortándome el pelo una vez por mes". Si eso era la única crítica social que podíamos hacer, estábamos mal. Mi idea era que sus letras empezaran a hablar un poco de la realidad. Nunca supe de qué conversaban, pero Charly se pasó de rosca enseguida. Lo tuve que parar a David, porque me lo estaba convirtiendo en un marxista-leninista.
-Con la excepción de un breve período en los años 80, estuvo fuera más de tres décadas. ¿Cómo fue su relación con el país durante ese período?
-Yo tuve con la Argentina una relación muy argentina. Me dieron a entender que me tenía que ir, y cuando corté con el país, corté. Lo que más me sorprende hoy es reencontrarme con mi pasado. Porque cuando emigrás, no tenés pasado. No existe más el "¿Te acordás?", además de que nunca tuve esa vocación de "Adiós, pampa mía".
-En la última década ha habido un auge de la edición independiente. ¿Se podría establecer una continuidad entre su experiencia y la actual?
-Me admira el trabajo que hacen las nuevas editoriales. Yo no tenía ese grado de conciencia en los años 60. A su manera, me están dando más importancia ahora que antes. Me tratan como si fuera el papá de muchos, idea que, me permito decir, es correcta.
-En todos estos años no estuvo vinculado al mundo de la edición, pero ahora vuelve a la actividad. ¿Qué va a publicar en la Biblioteca de Jorge Álvarez?
-Para empezar, las obras completas de Germán Rozenmacher. Porque había sido mi primer libro, Cabecita negra. Lo judío cuenta y no siempre está bien tratado en la literatura argentina. El toque judío de Rozenmacher, en cambio, es fantástico. Al final no sé si va a ser un tomo o dos, porque fueron apareciendo muchos artículos poco conocidos.
-Es una especie de círculo que se reinicia en el mismo punto. En las Memorias sostiene que durante su desconexión de la Argentina no leyó nada de lo que se publicaba en estas costas. ¿Se puso a tono con los tiempos que corren?
-En lo que pude. El segundo libro va a ser de César Aira, al que hasta hace poco, como es lógico, desconocía. Son historias de campo, de su pueblo. Me hubiera gustado una antología personal, seleccionada por él. Yo creo que los grandes autores necesitan en cierto momento de su carreraa elegir lo que crean que han hecho mejor. Pero, bueno, César Aira no: no se dejó enredar

domingo, 15 de septiembre de 2013

Losada

La editorial Losada festeja 75 años de resistencia y grandes autores

Fue un ícono de la cultura local y de los intelectuales exiliados en nuestro país luego de la Guerra Civil española. Su catálogo reúne a muchos de los mayores escritores del siglo XX. 

Sólo quienes logran equilibra  sus ideales con el sentido común alcanzan su realización y consiguen proyectarse en el mundo cultural. Así lo define el libro La editorial Losada, una historia abierta desde 1938, de Gonzalo José Bernardo Juan Losada Benítez, o Gonzalo Losada a secas. Su recuerdo será onmipresente la próxima semana cuando el sello argentino que fue, por antonomasia, el de los exiliados españoles, celebre sus 75 años de existencia con una fiesta.
Es el festejo de una sobreviviente, que aguantó los vientos del cambio radical a nivel editorial en las últimas décadas. Paidós, que dio a conocer la psicología, ya no es argentina. Emecé, la marca de la obra de Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, tampoco lo es. Y Kapelusz, con cuyos libros estudió más de media América latina, también está en manos extranjeras.
En diálogo con Clarín, el actual presidente de Losada, Juan José Fernández Reguera, se mostró orgulloso de “presumir de un prestigio internacional luego de haber vivido algunas etapas caóticas, como la de 1989 cuando me hice cargo. La empresa cotizaba en Bolsa y tenía una gran deuda con una imprenta chilena. Me decían que Losada era insalvable. Pero soy asturiano. El catálogo era tan importante que no teníamos que salir a buscar nuevos autores, y decidimos reeditar”.
Losada nació como consecuencia de una prohibición de publicar en España y de la convicción de Gonzalo Losada de no admitir ninguna censura a las ideas. Había llegado a la Argentina en 1928. Aquí fundó una sucursal de Espasa Calpe, que después de la Guerra Civil en España sufrió el cepo franquista. No dispuesto a aceptar las condiciones que se le imponían desde la península, como la proscripción de autores argentinos y latinoamericanos, Losada equilibró sus ideales con el sentido común y creó en 1938 la editorial que lleva su apellido, con Atilio Rossi y Guillermo de Torre.
“Cuando me hice cargo”, continúa Fernández Reguera, “me encontré con un armario repleto de traducciones sin editar. Allí estaban los seis primeros tomos de Proust, traducidos por Estela Canto. Expertos norteamericanos la consideraron una de las mejores traducciones del autor francés. Estaba también toda la obra de Sartre, títulos que llevaban 25 años sin estar en el mercado, y aún nos quedan libros de Stendhal sin publicar”. El catálogo de Editorial Losada no compite con los bestsellers de los grandes sellos: “Publicamos libros que compiten con el tiempo”. Autores como Carl G. Jung, Kafka, William Faulkner, Federico García Lorca, Antonio Machado, Albert Camus, Pablo Neruda, Miguel Angel Asturias, Kenzaburo Oé y Harold Pinter, entre muchos otros, conformaron el rico acervo cultural de Losada, que cuenta con 25 ganadores del Premio Nobel de Literatura o de Física. Por caso, Albert Einstein. Son 1.300 títulos, con un promedio de 150 reediciones al año.
Losada, según su presidente, es una editorial totalmente independiente, sin subsidios ni novedades comerciales. “Hicimos un gran esfuerzo para publicar la obra completa de Shakespeare, luego de 25 años de ausencia en el mercado. La librería nos apoya muchísimo”. Hoy Losada, además del sello editorial y la librería, tiene un teatro.
Dos novedades se suman para los festejos: El gato de Copenhague y Finn’s Hotel, de James Joyce, cuyos derechos compró Losada para toda América latina. El cepo a las importaciones impide al primer libro, impreso en tapa dura, llegar a tiempo a la Argentina, por lo que saldrá primero en México. El otro ya está listo.

domingo, 28 de julio de 2013

Feria del Libro Independiente y Autogestiva (FLIA)

La FLIA, el bastión de la autogestión que crece y se expande por Latinoamérica

Escritores y editores independientes, artistas plásticos, músicos, artesanos y fotógrafos realizaron la 23º edición de la Feria del Libro Independiente y Autogestiva (FLIA) de Buenos Aires, en los alrededores del ex Padelai.

    A las cuatro de la tarde del sábado, los dos agentes de la Policía Metropolitana se dieron por vencidos. La cantidad de gente que recorría los puestos de la Feria del Libro Independiente y Autogestiva (FLIA) hacía imposible mantener abierta al tránsito la calle Balcarce. Más temprano, los policías se habían opuesto al corte de calle alegando que los feriantes no tenían permiso. Por un potente equipo de sonido, se podía escuchar a diferentes bandas de músicos que se turnaban para tocar en el escenario ubicado dentro del patio del que alguna vez fue el Patronato de la Infancia, mientras varios artistas callejeros pintaban sus diseños en las viejas paredes del edificio.
    Los chicos que recorrían los puestos acompañados de sus padres, se mostraban más interesados en los libros al darse cuenta de que las personas que atendían del otro lado del tablón eran también los autores de la obras. Entonces aprovechaban para hacer todo tipo de preguntas. Un joven fotógrafo exhibía sus fotografías estenopeicas, mostraba a todos los interesados los artefactos con los que capturaba sus imágenes y explicaba cómo trabajar la película para lograr ese efecto. Porque desde hace unos años, la FLIA sumó también a artistas de diferentes disciplinas que buscan conectarse con la comunidad fuera de los canales tradicionales.
    Si bien la primera FLIA fue organizada en Buenos Aires en 2006 por escritores y editores independientes, sin ayuda gubernamental ni privada, su modelo de gestión abierta y horizontal fue replicado por artistas de muchas provincias que hoy trabajan en red, y realizan intercambios tanto de experiencias como de obras. Incluso en los últimos años, este tipo de ferias ya se realiza en las capitales de Chile, Uruguay, Brasil, México y Colombia.
    “Este año hicimos una coedición de libros con una editorial chilena”, cuenta Pablo Struchi, responsable de la editorial )El Asunto(. “La Polla Literaria editó en Chile varios libros de escritores argentinos y nosotros editamos obras de autores chilenos. De esta manera, buscamos un camino de intercambio diferente que le posibilite a los jóvenes autores latinoamericanos una distribución de su trabajo”.
    Tras haber recorrido plazas, bares y playas para vender sus libros, Guillermo De Postfáy, un porteño afincado hace 10 años en Capilla del Monte, fue uno de los promotores de la creación de la FLIA y hoy cuenta con 17 títulos editados por él mismo.“Si uno se ocupa de ofrecerlos, los libros se venden. Así que siempre recomiendo a mis colegas imprimir la mayor cantidad posible”, asegura el autor de Yerba Mate libre, que lleva vendidos más de 10 mil ejemplares.  “Hoy imprimir un libro cuesta alrededor de 10 pesos, así que yo los vendo a 20 pesos porque prefiero que la obra se lea y no me importa sacarle un gran porcentaje de ganancias”, dice De Postfáy, uno de los escritores más populares de la Feria.
    “Cuando vendés los libros, recibís criticas inmediatas, y en mi caso eso modificó mi escritura. Me pasó de publicar un texto, salir a venderlo y en la siguiente edición corregí algunos errores en base a los comentarios que recibí de los lectores”, sostiene Dafne Mociulsky, autora de 12 títulos en los que se puede encontrar narrativa y poesía. 
    Anahí Ferreira, que comparte con Mociulsky la editorial Las desenladrilladoras, cuenta que cuando empezó a vender sus libros en 2003 atravesaba una situación económica muy difícil: estaba sin trabajo. “Lo único que sentía que quería y podía hacer era escribir, así que preferí invertir los pocos pesos que tenía en imprimir unas copias de mi libro y venderlos en el subte, que ir a recorrer editoriales”. Y agrega que “la Feria no sólo nos permite ayudarnos entre los escritores para editar y presentar los libros en otros lugares del país, sino que además nos facilita el encuentro con el público interesado en nuestra literatura”. 
    Además de albergar escritores y editores independientes, la FLIA es un movimiento que auspicia el crecimiento de diversos proyectos. Uno de ellos es La Libre, una librería independiente que abrió sus puertas hace 3 años en Bolívar 646, San Telmo, donde también funciona un centro cultural. “Mi socio, Simón Ingouville, recorre todo el país y algunos países de Latinoamérica para ofrecer un variado catálogo de obras de escritores que pertenecen a la FLIA, así como también de jóvenes autores sudamericanos que no se pueden encontrar en Buenos Aires”, cuenta Darío Semino, dramaturgo y novelista, además de uno de los responsables de la librería independiente.  
    Este colectivo de artistas se reúne todos los martes para decidir dónde y cómo organizarán la próxima feria. Los encuentros están abiertos a todos los creadores que quieran participar de este modelo de autogestión cultural, que les permite dar a conocer su obra sin necesidad de contar con el apoyo de empresas o subsidios gubernamentales.

    domingo, 21 de julio de 2013

    Mundo editorial

    Escritores y periodistas saquean editorial multinacional

    Juan Ignacio Boido es el nuevo director editorial de Random House Mondadori en la Argentina. Reemplazó a Pablo Avelluto al frente de la filial local del grupo editorial más grande del mundo, que hace pocos meses se fusionó con otro gigante: Penguin. Días atrás se organizó un copetín para inaugurar las nuevas oficinas de la editorial y darle la bienvenida al flamante editor, que en realidad no necesitaba mayor presentación puesto que conocía a casi todos los autores, periodistas y editores que fueron hasta la sede de la editorial en San Telmo, porque Boido dirigió hasta el año pasado el suplemento Radar, de Página 12. Y, como recordó al pasar, “hizo todas las inferiores”; vale decir, laburó y ascendió en la escalera sinuosa y resbaladiza del periodismo cultural. Alan Pauls, Juan Sasturain, María Moreno, Tute, Leonardo Oyola, Maitena, Juan José Sebreli, Sergio Bizzio, Lucía Puenzo, Marcos Aguinis y siguen las firmas que dijeron presente. Lo importante, en realidad, es que algún cerebro maquiavélico de marketing o de prensa de la multinacional merece un aumento. Alguien merece ser premiado –no por seducir con copas y bocadillos; viejo truco– sino por provocar el cuadro dantesco que implicó poner pilas y pilas de libros para que los asistentes se llevaran un souvenir. Algunos arrancaron con pudor, pero las burbujas hicieron el resto. Había que ver a escritores con premios a cuestas, a autores de tanques editoriales y a periodistas que saben qué es eso de recibir paquetes de libros, sucumbir ante la tentación de llevarse ejemplares para todos los gustos. Desde literatura infantil a sesudos ensayos políticos, pasando por reediciones de clásicos en tapa dura o de bolsillo, hasta la obra completa de Borges. Los que al principio agarraban de a uno con pudor, apilaban ya sin elegir demasiado. Con ojo clínico, alguien notó que entre tanta intelectualidad, una de los primeras pilas en desaparecer fue la de las Cincuenta sombras de Grey . Una biblioteca, que parecía ajena a ese saqueo sin precedente, fue el último bastión en caer. Un colega con menos escrúpulos y más intrépido se coló en algunas de las oficinas que daban al salón para elegir un ejemplar de la biblioteca personal de un editor. En ese marco lo invitaron o forzaron a Boido para que se trepara en una silla y dijera unas palabras de ocasión. No se escuchó demasiado, pero todos levantaron la copa y aplaudieron fuerte.

    viernes, 5 de julio de 2013

    Un editor no debe satisfacer un público, sino buscarlo

    El árbitro del gusto literario

    El ensayista italiano, autor de obras imprescindibles como La Folie Baudelaire y K., es también un editor clave, que ha redescubierto para el gran público, entre otros escritores, a Joseph Roth y Sándor Márai. Encuentro exclusivo en Milán
    Por   
    MILÁN.- En Milán, la estación más propicia es la primavera, cuando la época del frío rígido y de la nieve cede por fin a los tímidos rayos de luz que inundan la ciudad, y antes de que el calor tórrido la vuelva intolerable. En una calle arbolada del centro, a pocos pasos del Piccolo Teatro, centro neurálgico de las representaciones y de los simulacros milaneses, tiene su sede Adelphi, la editorial más prestigiosa de las últimas décadas en Italia. Uno de sus fundadores y actual director, el ensayista Roberto Calasso, recibió a adncultura en su estudio, rodeado de una inmensa biblioteca, cuyo origen es develado en esta charla. El diálogo -amable, placentero y laberíntico- tuvo por objeto las dos almas de Calasso: la del ensayista y la del editor. En su primera faceta publicó libros como El rosa Tiépolo y La Folie Baudelaire. En la segunda, entre tantos otros autores que publicó, fue un difusor clave de la obra de Joseph Roth y el redescubridor de un autor durante mucho tiempo olvidado y hoy mundialmente conocido: el húngaro Sándor Márai.
    -Para algunos Adelphi, que cumple cincuenta años, es su obra más significativa. Usted mismo contribuyó a forjarla con el apoyo de Roberto "Bobi" Bazlen y de Foà.
    -Mire, cuando nació Adelphi, en 1963, yo tenía sólo veintiún años. Había en Italia tres grandes bloques culturales: el marxista, el liberal y el católico. Todo estaba en juego entre esos tres poderes intelectuales. Nosotros no pertenecíamos ni queríamos pertenecer a ninguno de los tres. Éramos felices de sentirnos un cuerpo ajeno. Y, de hecho, así seguimos. Obviamente, hoy, de todos esos bloques queda poco...
    -En este bellísimo libro que acaba de publicar en Italia, L'impronta dell'editore ("La huella del editor"), usted afirma que el acento de Adelphi estaba puesto en lo irracional y que, al haber publicado en los inicios la obra completa de Nietzsche por primera vez en Europa, todo estaba dicho.
    -Sí, era un modo de decir que el advenimiento del pensamiento moderno estaba ahí, y no en todos los lugares o textos donde lo habían ubicado. Tenga presente que cuando empezamos, Nietzsche era casi innombrable.
    -¿En Italia o en Europa?
    -En Italia, pero sobre todo en Alemania. Tanto es así que, para poder publicarlo, primero encontramos un partner en Francia, luego en Japón y luego en Alemania. Los alemanes tenían miedo. De hecho, el editor alemán aceptó porque era un editor académico y porque había tenido una gran contribución económica del Estado. En realidad, cuando Nietzsche comenzó a circular en Francia a través de las lecturas de Foucault, Deleuze, Derrida, la moda ya se había impuesto en todos lados.

    -Uno de los grandes méritos de la editorial es haber puesto en el centro la idea de "libro único", que propiciaba Bazlen. ¿Qué significa el concepto de "libro único" para una editorial?
    -Era una fórmula de Bazlen, la idea de un libro cuyo ejemplo mayor está dado por el primer volumen de la colección Biblioteca Adelphi, de 1965, La otra parte, de Alfred Kubin. Que no sólo era el único libro en la vida de Kubin, sino que además correspondía a una experiencia de particular intensidad, que atraviesa a quien lo escribe y que se transforma en algo definitivo para un autor. Para Bazlen, no era importante sólo la calidad de un libro; también que hubiese constituido una experiencia capaz de marcar a fuego a un autor. Por eso, amaba a Strindberg, porque allí encontraba una atmósfera que quemaba. Todos los libros que ve aquí en mi estudio eran de Bazlen, una biblioteca imponente. No porque fuera un coleccionista, sino porque leía a los escritores del momento anticipándose a los tiempos. Descubría a un Kafka o a un Joyce en el momento en que salían y no cuando ya estaban consagrados.
    -En un pasaje de su Historia de la literatura italiana, Francesco De Sanctis incluye a personajes que nunca escribieron una línea pero que hicieron posible en un determinado momento la circulación de la literatura. Si bien Bazlen privilegió más las ideas y los libros de los otros que su propia escritura, ¿no debería ocupar un lugar fundamental en la historia de la literatura europea?
    -Para mí, por supuesto. Espero que otros se den cuentan.
    -En la Biblioteca Adelphi, al menos en los años 70 y 80, la literatura mitteleuropea estuvo en el centro de la escena, con particular énfasis en las novelas de Joseph Roth. ¿Qué es lo que aportó la visión vienesa?
    -Bueno, a lo largo de los años el concepto de libro único de Bazlen se expandió, por ejemplo, hacia la idea de obra completa o de serie de obras. Mire, cuando la literatura mitteleuropea se puso de moda en Francia en los años 80, con una gran muestra en el Pompidou, nosotros ya habíamos publicado decenas de volúmenes: Robert Musil, Kurt Gödel, Karl Kraus, Hugo von Hofmannsthal, Roth, Arthur Schnitzler, Adolf Loos. Constituían una constelación de escritores, no era sólo literatura. Lo extraordinario de Viena había sido la especulación en torno al lenguaje. Por un lado estaba Freud; por el otro, Wittgenstein, Kraus, Canetti. Todos con obsesiones muy similares y con orientaciones diversas. En Italia estos escritores entraron enseguida en el horizonte de los lectores, antes que en otros países.
    -Usted menciona que las Brigadas Rojas, en un comunicado oficial, acusaron a Adelphi de llevar a cabo una sutil política antirrevolucionaria, justamente porque difundía a Pessoa pero también a escritores vieneses que destruían cualquier visión social utópica. Los terroristas de las Brigadas conocían perfectamente el programa de Adelphi...
    -Sí, en ese comunicado ellos dijeron mucho más que todo lo que la crítica literaria había relevado en el tiempo. Ellos habían visto por qué todos estos libros estaban juntos, cuál era la "conexión" entre nuestros libros. Y eligieron a Pessoa. Cuando publicamos a Pessoa, que nadie conocía, casi no había habido reseñas. En cambio, ellos denunciaban que Pessoa les robaba un eventual antagonista, es decir, el joven capaz de enfrentarse al "orden social constituido".

    -Además Adelphi no era una editorial como Feltrinelli, que estaba más cerca de la política de izquierda.
    -Claro, Feltrinelli, por un lado, tenía una línea que era la del Partido Comunista, y por otro lado, temo que algunos libros que publicaron en esos años simpatizaban con el terrorismo.
    -Al describir cómo los grandes editores europeos del siglo XX -Peter Surkhamp, Giulio Einaudi, Gaston Gallimard, creadores de sus editoriales homónimas, y Vladimir Dimitrijevic, director de l'Âge d'Homme- llevaron a cabo su propio proyecto cultural, fuertemente identitario, usted afirma que la actividad editorial es arte, forma y género. ¿Puede explicar estas categorías?
    -Arte forzosamente. Componer algo y darle forma es un arte. Es un arte también el de la editorial comercial, que necesita vender sus productos. Pero es un arte sin calidad.
    -Pero usted dice, de todas maneras, que las editoriales comerciales no tienen forma...
    -Mire, la diferencia esencial entre la actividad editorial como arte y forma y como arte sin forma reside en el hecho de que la primera se mueve a partir del objeto-libro y de la idea de que ese objeto posee determinada cualidad, y así una editorial constituye una forma. El segundo tipo de editorial parte de lo contrario: quiere interceptar los intereses o las necesidades del público, se ajusta a lo que ellos llaman el marketing, que era rudimentario cuando empezamos. Hoy el marketing se está sutilizando. Trata de entender cómo se mueve la "libido" del lector, se ha vuelto cada vez más técnico a través de los medios informáticos. Y, en fin, la actividad editorial es género porque, si uno concibe una editorial como una obra, compuesta por distintas partes, la actividad editorial es un género literario. Es una especie de rama de la literatura misma y también del lenguaje. Esto tiene orígenes lejanos. Aldo Manuzio, en la Venecia del Renacimiento, tenía en claro cuál era su proyecto. La actividad editorial que comienza a fines del siglo XIX, sobre todo en Alemania y Francia, dio lugar al desarrollo de un nuevo género.

    -Su libro, frente a la avanzada del libro electrónico y las nuevas fronteras de la lectura multimedial, ¿es acaso un canto de cisne del editor artista?
    -Esas formas de las que hablábamos se están perdiendo. Muchas editoriales de hoy, incluso jóvenes, luchan por conservar un perfil. Pero quién sabe. Las cosas nunca van en progresión lineal. Las cosas se mueven desde siempre por picos y valles, y no en sentido horizontal. No se sabe qué será del mundo editorial tal cual lo vivió mi generación.
    -Bueno, usted habla de tres riesgos del editor hoy: la autocensura, el dominio del mánager por sobre el editor, la cuestión de los derechos de autor...
    -Sí, la autocensura es lo más penoso. Una vez que se afianza la idea de entrar en el deseo del publico, el editor tiende a anular su deseo. Éste es el fin de la actividad editorial: si uno no se anima a buscar un público, porque hay que alimentar sólo el deseo de consumir algo que ya existe, el editor pierde su razón de ser. Nosotros muchas veces hemos publicado libros que no sabíamos si encontrarían o no un público. Y, sin embargo, vimos con sorpresa que habíamos elegido bien.
    -¿Adelphi, en el fondo, no creó a su propio público?
    -Crear sería demasiado. Digamos que encontró su público.
    -En su libro, afirma que Giulio Einaudi, el editor más importante en Italia desde 1930 hasta por lo menos 1970, fue un "Sumo Pedagogo". ¿Adelphi no persiguió la vocación educativa de Einaudi?
    -No. Einaudi tenía otros criterios: formar. Nosotros, en cambio, hemos presentado las cosas tal cual eran, sin guías propedéuticas. Fuimos afortunados, porque respondimos al deseo de ciertos lectores. La fuerza de nuestras colecciones era la conexión, que permitía que cada lector buscara en una colección una afinidad.
    -También fue original el perfil de la literatura italiana que propusieron, ¿no es cierto?
    -Y, sí, la verdad que sí. Es suficiente ver el catálogo para constatar que nos movimos al margen del canon constituido: Solmi, Savinio, Satta, Praz, Manganelli, Sciascia, Landolfi, Arbasino...
    -Y no se olvide de Juan Rodolfo Wilcock.. .
    -Wilcock fue uno de nuestros primeros colaboradores. Yo lo conocí antes de comenzar aquí. Hizo para nosotros traducciones inolvidables, además de sus obras. Cuando comenzó a traducir, el español todavía lo tenía en la cabeza. Fue el primero que tradujo una parte de Finnegans Wake. Él fue un caso aparte.
    -En su vasta obra ensayística ha hecho hincapié en una visión de la cultura universal que tenga en cuenta la relación entre hombres y dioses. ¿Su obra demuestra que, contrariamente a lo que afirman los historiadores, esa relación nunca se ha interrumpido?
    -Si esa relación existe, debe existir siempre. Pero no siempre es percibida.
    -En El rosa Tiepolo, sostiene que Tiepolo fue capaz de intuir "la circulación psíquica entre el cielo y la Tierra". ¿Qué significa exactamente esta frase?
    - [Se sonríe de manera traviesa ante la osadía de la frase.] Mire, basta con mirar los cuadros para ver que en Tiepolo hay algo divino en el aire, en el cielo y en la Tierra. En él hay algo más respecto de los pintores venecianos que lo rodeaban. Sus dioses no son arbitrarios o convenciones culturales, son evocados realmente a través de sus cuadros.

    -La literatura es el último refugio de lo sagrado, se lee en La literatura y los dioses. Presumo que no se refiere a ese fenómeno que Paul Bénichou llama la "sacralización" del escritor en Francia a partir de siglo XIX.
    -No, eso es otra cosa. Primero, la Francia de fines del siglo XVIII hasta Baudelaire, que después subvierte todo, era una versión diluida de lo que fue la Alemania romántica. Hugo no es Hölderlin. Hölderlin, si habla de los griegos, se siente autorizado a hablar como un griego. Hugo, en cambio, como escritor decimonónico francés, es un mentor universal, una figura que alcanza una popularidad que nadie había tenido antes en el mundo de las cortes, implica una especie de monumentalización del escritor como nunca antes había existido.
    -Bénichou lo llama "padre espiritual" u "oráculo"...
    -Exactamente. Claro, en Francia todo esto se mezcla con el romanticismo alemán, pero de manera filtrada. El único que puede acercarse a la dimensión metafísica del romanticismo alemán es Gérard de Nerval, que termina recluido en un manicomio. Justamente, su figura es marginal en Francia. Pero aquí, "sagrada" es la figura social del escritor, y no comporta la búsqueda de lo sagrado.
    -Esta interpretación de los signos que perduran del diálogo entre lo terreno y lo divino es la cifra de su obra. ¿No va a contramano de la ensayística contemporánea, que no se focaliza en este aparecer y desaparecer de los dioses?
    -Sí, desde ya, a contramano no sólo del presente. Bueno, en realidad, este tema está por todos lados en mi obra. Ya sea en aquellos libros en que me ocupo específicamente de los mitos antiguos, como Las bodas de Cadmo y Harmonía, Ka o El ardor, ya sea cuando me ocupo de cosas más modernas, como en La ruina de Kasch, K., El rosa Tiepolo, La Folie Baudelaire... Porque yo creo que la relación entre dioses y hombres no es un hecho histórico-cultural, como nos han contado siempre, sino algo que está en las cosas como son.
    -Toda una generación de latinoamericanos se fascinó con Pavese y la cuestión del mito, que coincidía con sus propios intereses en la vasta geografía del continente. Para él, la campiña piamontesa era una metáfora moderna de cómo los hombres seguían propiciando ritos antiquísimos. ¿Tiene algo que ver con Pavese el modo en que analiza usted los mitos?
    -En los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, efectivamente, Pavese fue uno de los pocos escritores italianos que tuvo sensibilidad hacia estos temas. A punto tal que se ocupó de la colección de estudios antropológicos y etnológicos para la editorial Einaudi y escribió los Diálogos con Leucó. Pero yo nunca seguí esa línea. Admiro lo que Pavese construyó casi en solitario en esos años. Por ejemplo, Elio Vittorini, que era un escritor contemporáneo a Pavese, era más bien cerrado ante esas búsquedas.
    -¿Cuáles son las fuentes o los libros que influyeron en sus indagaciones?
    -Yo me apasioné con textos mucho más lejanos en el tiempo. Por ejemplo, con Giordano Bruno, no sólo como teórico, sino también como escritor. Su prosa es una maravilla de la literatura italiana. En general, se insiste en la novedad de su pensamiento y no en la belleza de su escritura. Bruno insistió mucho en las apariciones de los dioses a partir de la cultura egipcia. El otro autor que influyó en mi obra es Giambattista Vico, genial para su época, y genial por haber proyectado todo lo que los antropólogos y etnólogos habrían de estudiar en el siglo XIX. Él sí que trabajó en una soledad total. En el siglo XIX, en Italia, hubo muy poco en esta dirección. En fin, de la tradición italiana a mí me interesa más la obra de los pintores.
    -En La Folie Baudelaire, analiza, más que la poesía, la lucidez de Baudelaire para ver en la pintura lo que otros no veían. Por otro lado, en ese libro usted vuelve al concepto de analogía, entendida no como correspondencia entre los elementos de la naturaleza, sino como un modo de revelar la naturaleza como depósito de lo sagrado. ¿Detrás de un pensamiento analógico habría una historia sagrada en el origen?
    -Mire, detrás del concepto de analogía se esconde una modalidad del conocimiento. Yo intenté explicitarlo en La ruina de Kasch y en mi último libro El ardor. Nuestro cerebro, nuestra fisiología están regidos por dos polos: el polo conectivo y el sustitutivo. Son dos modos en que operamos en todo momento. El polo conectivo es el que nos permite conocer a través de la semejanza o analogía. El otro implica la sustitución, en la que se funda el lenguaje discursivo. En el polo sustitutivo subyace la idea de la codificación: A significa B, una palabra sustituye una determinada cosa. Nuestro mundo tal como hoy lo concebimos se funda en este último principio.
    -¿Su análisis de la modernidad quiere demostrar cómo el polo sustitutivo desplaza el analógico (que, de todos modos, sobrevive en determinados autores y artistas, que nos conectan con una visión del mundo aparentemente acabada...)?
    -En efecto, desde el punto de vista de la eficacia más inmediata, el polo sustitutivo es más potente. Pero el otro polo, el conectivo, es esencial para nuestras vidas. Ahora, ¿qué es exactamente el polo conectivo? Se puede entender como analogía, esto es, proceso por afinidades, o se puede entender en sentido metafísico. Algo similar a lo que pensaba Baudelaire. Su indagación del mundo se refería a la tradición hermética, a todos aquellos escritos herméticos que remitían en última instancia a Platón. Esto atraviesa todos mis libros. Por ejemplo, el mundo moderno significa ante todo una toma de posición total del polo sustitutivo. Todo lo que funciona a nuestro alrededor en el presente se basa en la sustitución. Mientras que la política anterior a la Revolución francesa -la idea misma de monarquía- se basaba en el polo conectivo.
    -Es el centro de sus reflexiones en La ruina de Kasch...
    -En la historia suceden cosas extrañas. En La ruina de Kasch me pregunto por qué Talleyrand es una figura esencial de la modernidad. Es el hombre que atraviesa todas las fases no sólo histórico-políticas desde el Ancien Régime, la Revolución Francesa hasta la Restauración. Él inventa un truco que consiste en hacer pasar la Convención del Congreso de Viena, en 1814, como legitimidad. La cadena analógica de la monarquía, es decir, la idea sagrada del reino tal como la había concebido el mundo hasta la revolución, se había roto para siempre. Talleyrand comprende que, tras la caída de Napoleón, Europa necesita todavía algo que le permita ir hacia adelante. Entonces, de manera genial, inventa el concepto de legitimidad. Sin ello, Europa no habría podido mantenerse en pie. El truco magistral es que hace pasar la Convención, con un número limitado de reglas acerca de la herencia al trono, como principio de legitimidad. Es realmente increíble: el ex ministro de Napoleón, representante de la violencia invasora francesa sobre todas las demás naciones, impone su propia visión a través de una convención de pocas reglas que determinaba quién tenía derecho a gobernar de nuevo. Ese concepto va a regir en Europa hasta 1914, cuando todo finalmente explota. Todavía hoy todo régimen se basa en una idea de legitimidad, que se explica a través de una determinada convención sustitutiva.
    -Una última pregunta. Su proyecto ensayístico ya va por la séptima parte. ¿Nos puede decir algo de su eventual continuación?
    -Sólo le puedo decir una cosa: que estoy escribiendo la octava.